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sábado, 30 de julio de 2011

ROMANCE Y TRAGEDIA EN PRIMAVERA

En una ciudad poco poblada del interior transcurre esta historia extraña, pero en un punto bastante cotidiana.
Todas las tardes un grupo de amigas, se juntan a tejer mientras toman mate con masitas y miran el mundo a través de un gran ventanal.
La casa pertenece a los padres de la más pequeña del grupo, Micaela. Ella es hija única, sobreprotegida, es la más silenciosa y tímida. El resto del grupo esta compuesto por un puñado de señoras, alegres, bulliciosas, charlatanas, separadas y con hijos. Micaela se incorporó al grupo cuando lo conoció en uno de los cursos a los que sus padres le permitían ir, estas no tardaron en aceptar la invitación de la joven, que les brindaba el lugar perfecto para hacer las cosas que más les gustaban,  charlar, tejer, matear y chismear los sucesos más jugosos del barrio.
Una mañana de otoño, en la vereda de enfrente se instaló un Estudio Jurídico, pero lo primero que notaron las amigas fue al secretario del mismo. Un joven alto, de rasgos fuertes, esbelto, con características griegas o italianas en su rostro. Ellas admiraban su belleza y sus movimientos a través del cristal de la ventana, en silencio a veces y otras murmurando, haciendo comentarios sobre distintas partes de su cuerpo, la única que no decía nada era Micaela, pero sus amigas ya sabían que era reservada y no la molestaban con preguntas que la incomodaran.
Los días pasaron y con la llegada de la primavera pareció que algo en el cuerpo de la joven se transformaba, como un capullo a punto de explotar su hermosura al amanecer.
Desde que tuvo varios encuentros accidentales con Juan en los negocios del barrio, se sentía distinta, apenas un saludo, una media sonrisa, bastaba para que ella descubriera el día más luminoso, el pasto más fresco. Así fue, como poco a poco sus sentimientos fueron pasando de pequeños rubores a deseos incontrolables. Juan aprovechaba cualquier excusa para verla y decirle lo mucho que la amaba, cuanto moría su corazón cuando no la veía asomarse por la ventana. Los besos a escondidas, las caricias en las veredas, terminaron en una cita en la pieza que Juan ocupaba detrás del Estudio. Micaela no podía creer que por fin podía disfrutar una velada romántica con su amado.
El encuentro fue perfecto y terminó entre las sabanas de la cama, donde ella a sus veintisiete años perdió su virginidad, en una noche de primavera, con olor a azahares y jazmines, pero la inocente joven, no sabía que su enamorado no tenía nada del príncipe azul de los cuentos, en una reunión semanal de tejido lo iba a descubrir.

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