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lunes, 4 de julio de 2011

LA DESAPARICIÓN DE MARINA- PRIMERA PARTE


Marina era una mujer muy bella, con grandes ojos azules y un espíritu incansable. Señora de su hogar, dirigía como una experta en marionetas los hilos de su casa. Llevaba un horario de todas las actividades que debían realizar sus hijos, su marido y ella misma.
Su mente era tan rápida, que podía almacenar, no sólo los horarios, sino las compras que debía realizar, las reuniones a las que debía acudir y los pagos que mensualmente tenía que cumplir.
Con una amplia sonrisa se desplazaba por el mundo dejando el pequeño en el jardín, el del medio en básquet y el mayor en fútbol, después tenía una hora para ir a gimnasia e iniciar el recorrido de vuelta, pasando por el supermercado. Con todos en casa era la hora de la leche, de la tarea, después, mientras jugaban los chicos en el patio cocinaba para toda la familia esperando el regreso de su marido.
Roberto hacía horario de oficina y ansiaba llegar a su hogar para disfrutar de una cena en familia. Todo se desarrollaba con tranquilidad y alegría en casa de los Martínez. Matrimonio que llevaba quince años de casados, intercambiaba miradas de tan profundo amor  que parecía estaban en su primera época de noviazgo, se amaban profundamente y en la cama eran tan fogosos como la primera vez.
Los hijos, preciosos e inteligentes como sus padres no tenían problemas en la escuela, les gustaban los deportes, jugar con la computadora, visitar  amigos y abuelos.
Este era el panorama familiar tan calmo y lleno de amor casi perfecto que precedió a la desaparición de Marina.
Un día cuando los chicos regresaron del colegio con Roberto, al mediodía, notaron algo extraño en el hogar, todo estaba limpio y ordenado con la comida recién hecha sobre la mesa, pero Marina  y el bebé no estaban. Esperaron que regresaran del jardín para comer, pero no venían, llamaron al Jardín y comunicaron que no habían ido a retirar al pequeño. Roberto de inmediato llamó a su suegra, pero ahí no estaba, sospechando algo raro revisó el ropero, la ropa seguía en el mismo sitio igual que las cremas y perfumes; la puerta estaba cerrada con llave porque Roberto recordaba haberla usado  para entrar, lo único que faltaba era el auto y su cartera. Desesperado recorrió la ciudad pensando que había tenido un accidente, pero ante la ausencia de noticias decidió hacer la denuncia en la policía . En la comisaría le dijeron que eso era común que a lo mejor había  salido a dar una vuelta y que por la noche regresaría. Él, conociendo a su esposa, tan responsable y aplicada, no creía que este fuera su caso, algo le había pasado porque por ningún motivo dejaría a su hijo en el jardín.
Para tranquilizarlo, le dijeron que si no volvía esa noche al otro día mandarían una patrulla a echar un vistazo a la casa.
Agotado, Roberto regresó a su casa, llamó a la suegra para ver como estaban los chicos y para informarle lo que le había dicho la policía; entonces se acostó en su cama que ahora parecía más grande y fría que nunca al no estar su compañera de toda la vida. No pudo dormir, alterado por cualquier ruido  parecido a  pasos, llaves o picaportes moviéndose. Al otro día, la policía recorrió la casa revisando todo, sólo para constatar que no había ninguna abertura forzada y que salvo el auto y la cartera no faltaba nada.
Pasaron los días, la familia trató de volver a sus actividades con la ayuda de las abuelas, pero a Roberto se le hacía difícil concentrarse en el  trabajo y dormir tranquilo, porque los más horribles pensamientos pasaban por su cabeza, al no tener noticias de Marina, ni del auto.

CONTINUARÁ.....

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